Romper los lazos familiares

Danielle Vella

La foto no era más grande que la palma de la mano, el retrato formal de una familia afgana de siete miembros. El angustiado padre tomó la foto de su billetera con dedos temblorosos, y lo puso en mis manos, junto con la tarjeta de identificación de su esposa.

Sólo el padre y uno de sus hijos, de unos ocho años, llegaron a Serbia, donde les conocí en un centro de tránsito en su camino hacia Europa. Los otros se perdieron en un paso letal del viaje para encontrar refugio: la frontera entre Irán y Turquía, especialmente peligrosa debido al terreno montañoso, a las condiciones meteorológicas y al riesgo de ser interceptado por los guardias de frontera.

«Estaba caminando con mi familia y los guardias comenzaron a disparar desde ambos lados. Nos quedamos atrapados. Agarré la mano de mi hijo y corrí, y los otros se fueron a otro lugar para escapar. Ahora no sé dónde está mi familia «, dijo el hombre.

¿Trató de buscarles? «¡No pude! Si me movía, los guardias dispararían. Y luego tuvimos que seguir corriendo: el contrabandista tenía un palo y un cuchillo, me pegaba para asegurarse de que no paraba». Él pregunta con impotencia: «¿Hay alguien que pueda traer a mi familia?»

Entonces habla su hijo, conteniendo las lágrimas, nombra seriamente a cada uno de sus hermanos y hermanas perdidos, contando con los dedos: «Ali, Mohammed, Farzona, Mortaza… Cuatro y, con mi madre, cinco».

Migrants run in the rain to make their way to a tent where aid is distributed as migrants and refugees wait to continue their train journey to western Europe at a refugee transit camp in Slavonski Brod, Croatia, February 10, 2016. Photo: Darrin Zammit Lupi
Darrin Zammit Lupi / JRS Europa

Sólo Dios sabe cuántas familias se han enfrentado a una situación como esta en su viaje desesperado por encontrar un lugar más seguro que el asignado por el destino. Hoy en día, la ruta que la mayoría de los refugiados están tomando en Europa -de Grecia en adelante- está lleno de padres, hijos y abuelos.

No cabe duda de que los padres están haciendo esto para sus hijos; sus sacrificios y sueños son para ellos. Sin embargo, las personas refugiadas tienen que recurrir a estos medios de viaje de alto riesgo que a menudo conducen a la pérdida de sus familias, de forma temporal o -trágicamente- de manera permanente.

Reza, un refugiado iraní que es un traductor en la isla griega de Lesbos, nunca olvidará una mujer a la que trató de ayudar cuando llegó. «Vi como su estómago se hinchaba rápidamente y grité que teníamos que llevarla al hospital. Durante todo el camino, la tuve entre mis brazos. Ella me suplicaba, no por ella misma, sino para que cuidara de su hija. Al día siguiente, fui a preguntar a su familia cómo estaba. Ella no lo había conseguido».

Tan peligroso es el viaje que muchos hombres optan por ir solos, para tratar de allanar un camino y hacerlo más seguro para su familia. Un plan valiente que puede ser frustrado por las estrictas políticas de reunificación familiar en Europa. Mohammed proviene de Erbin, una zona sitiada al este de Damasco. Primero se fue a la capital, pero a continuación, salió de Siria después de que el servicio de Inteligencia del ejército viniera dos veces a buscar a su hermano. Eso fue el colmo.

«Dejé a mi esposa e hijos con mi madre. Les extraño mucho», dice cuando nos encontramos en el centro de tránsito en Slavonski Brod en Croacia. «Ahora he oído que llevará dos años permtir llegar a las familias. No me puedo quedarme solo durante dos años». Mohammed no puede seguir hablando. Parpadea para quitarse las lágrimas, mira hacia otro lado y atrae con fuerza a su cigarrillo.

El marido de Nour huyó de la ciudad siria de Alepo hace cinco meses después de recibir una amenaza, “un papel que era muy peligroso». Se fue a Alemania, pero Nour no esperó a seguirlo a través de los canales legales. Embarazada de ocho meses, se puso en camino a Grecia con su padre y hermano, porque, como no deja de decir, «no podía soportar más estar sola en Siria». La hija de Nour, de un año y medio, se aferra a ella. «Mi bebé necesita a su padre, siempre está llamándole, papá, papá. Y le echo tanto, tanto de menos… Estoy esperando el momento para encontrarme con él».

Nour empezó su viaje sin inmutarse por el temor de dar a luz en el camino. Nos conocimos en Slavonski Brod. «Estoy muy, muy cansada», dice ella. «Hemos estado en la carretera durante 10 días». La peor parte fue estar atrapados en la parte griega de la frontera con Macedonia, debido a una huelga de los conductores de taxi macedonios. Al menos 80 autobuses llenos de personas refugiadas esperaron en una estación de servicio durante días hasta que abrieron la frontera.

«Me quedé siete días en el autobús, tenía mucho frío, y teníamos muy poca comida», recuerda Nour. La última vez que la vi esperaba pacientemente a sus familiares en la «esquina de rastreo» de una gran tienda de campaña. A pesar de su terrible experiencia, Nour sonríe a menudo. Ella dice filosóficamente: «Es difícil en todas partes: en Siria y aquí».

A migrant an her child rest outside a tent as refugees and migrants wait to continue their journey towards western Europe from the Macedonia-Serbia border at a transit camp in the village of Presevo, Serbia, February 2, 2016. Photo: Darrin Zammit Lupi
Darrin Zammit Lupi / JRS Europa

Muchos hombres jóvenes asumen voluntariamente la obligación de ir por delante de Europa no sólo por sus esposas e hijos, sino también por sus padres y hermanos. Amir proviene de Ghazni en Afganistán. «Estoy muy preocupado por mi familia, ellos están solos y escondidos de los talibanes. Mi padre tiene 78 años y soy el mayor, tengo que cuidar de mis padres, hermanos y hermanas. He venido a Europa para salvarles, ¿lo entiendes?».

El padre de Amir trabajaba como farmacéutico y médico para el gobierno de Afganistán durante más de 40 años, un crimen a los ojos de los talibanes. Hace un año, el anciano recibió amenazas de muerte. Amir se fue poco después, trabajó en Irán para recaudar dinero para su viaje, y luego se dirigió a Grecia. «Tengo que construir mi vida en Europa y entonces traer a mi familia». Están constantemente en contacto: «Allí donde tengo wi-fi les llamo, sólo para decir que estoy aquí. Son tan felices, lloran cada vez que hablamos…».

Hay mucho dolor al dejar a los seres queridos y al propio país detrás. Muchos trataron de aguantar hasta el final en casa, pero entonces llegaron a un límite: las bombas que caían con demasiada frecuencia y demasiado cerca; las amenazas que se intensificaban o incluso hicieron realidad… «Amo mi país, pero amo también mi vida y mi futuro», dice Hamid, que fue apuñalado porque trabajó como traductor para las ONG extranjeras en Afganistán, otro «crimen».

Muchos trataron de encontrar refugio en algún lugar cerca de casa. Algunos afganos fueron a Irán, pero lo encontraron poco hospitalario, por decirlo suavemente. Innumerables sirios se han movido de un lugar a otro en su país desgarrado por la guerra, pero «ahora ya no hay más soluciones para nosotros», dice Hassan, un palestino de Damasco. «Durante cinco años, hemos ido de un lugar a otro, pero pasaba un mes y había más lucha, más aviones volando bajo y disparando, así que teníamos que mudarnos de nuevo. Estamos tan cansados de Siria ahora».

¿Por cuánto tiempo pueden los padres como Hassan soportar tener a su familia viviendo en medio de la destrucción y la muerte? «No me fui antes de Siria porque no podía permitírmelo», continúa. «He estado pensando en marcharme durante tres años. Lo intenté, lo intenté y lo intenté pero no lo conseguía. Supliqué a amigos en el extranjero que me enviaran dinero. Nos costó 3.000 euros llegar a Grecia».

El objetivo más importante de su viaje es humilde: estar en un lugar seguro y en paz. Un hombre, que venía desde territorio dominado por el ISIS en Siria, dijo: «¿En qué tengo esperanza? ¡En nada! Sólo que uno, dos, tres -apuntando a él, su esposa y su niño pequeño – estemos juntos y seguros, eso es todo».

Migrant children takes cups of tea served by a nun as migrants and refugees are registered by the authorities before continuing their train journey to western Europe at a refugee transit camp in Slavonski Brod, Croatia, February 10, 2016. Photo: Darrin Zammit Lupi
Darrin Zammit Lupi / JRS Europa

A medida que los refugiados se dirigen de un país europeo a otro, en ruta hacia su destino previsto, el personal en los centros de tránsito trata de mantenerlos a salvo y ayudarles, especialmente a las familias y a las personas más vulnerables. Las personas refugiadas sólo dirigen palabras de elogio para ellos. Por ejemplo, Mohammed: «Tengo que dar las gracias a todos los que trabajan en los centros, nos echan un mano, nos sonríen, nos dan comida, son muy amables y están siempre dispuestos a ayudarnos».

Entre los refugiados, la solidaridad tampoco es escasa. Viajan en grupos, a veces formados por el camino. Se cuidan entre ellos, se esperan y se preocupan unos por otros. Los líderes naturales y los que hablan inglés guían a los demás. «Estoy ayudando a tres familias y otras cuatro personas que conocí en el camino, todos de Afganistán», dice Amir. «Donde quiera que vamos, consigo billetes, información y comida para ellos, trato de resolver cualquier problema que tienen, porque no conocen el idioma, y así es muy difícil».

El hombre afgano y su hijo que perdieron su familia están siendo atendidos por el grupo con el que han viajado desde Irán. Hamid asegura que les ayudará a ponerse en contacto con la Cruz Roja una vez que alcanzan Croacia. «Estoy con ellos, lo haré», dice. «Todo lo que pueda hacer, lo haré».

Migrants and refugees wait to continue their train journey to western Europe at a refugee transit camp in Slavonski Brod, Croatia, February 9, 2016. Photo: Darrin Zammit Lupi
Darrin Zammit Lupi / JRS Europa