“Nunca regresaré a Somalia. Nunca jamás”. La determinación firme de Yasmín de no regresar a su país de origen se justifica por completo. La chica de 19 años abandonó su país para evitar las insinuaciones indeseables de un miembro del grupo terrorista Al-Shabaab. Negarse no era una opción. “Alguien de Al-Shabaab quería casarse con una amiga mía y su padre se opuso. Padre e hija fueron asesinados”.
Yasmín emprendió sola una travesía terriblemente peligrosa hacia Europa la cual le llevó a atravesar el desierto del Sáhara y Libia; dos trampas mortales para los refugiados. El viaje fue realmente difícil para Yasmín ya que sus piernas habían sido lisiadas dos años atrás, cuando en Mogadishu, en su casa, se vio atrapada en medio del fuego cruzado entre la armada y las fuerzas de Al-Shabaab.
Yasmín arriesgo su vida y su extremidad para llegar a Italia y cuando lo hizo ni siquiera tuvo la oportunidad de pedir asilo. Aterrizó en Lampedusa a comienzos del 2016 y allí le pidieron rellenar un formulario que incluía una lista de posibles motivos por los cuales ella había emigrado. Yasmín inocentemente seleccionó la opción que decía “trabajo”. Por lo visto, «asilo» no era una de las opciones en la lista, así que le fue difícil expresar su necesidad de protección. Unos momentos más tarde, recibió un documento declarando que no había manifestado su deseo de pedir asilo y, por lo tanto, tendría que salir del país en los próximos siete días.
Yasmín terminó en las calles de la isla italiana de Sicilia, sola, con tan solo una orden de expulsión en su bolsillo. Días más tarde, Sofía, una mujer mayor procedente de Somalia, encontró a Yasmín y a otra compatriota de 19 años (Amina) en la estación de tren de la ciudad de Catania. Las dos chicas estaban destrozadas.
Habían estado durmiendo en la calle y no tenían ni idea de que hacer o a dónde ir. Aunque no era oficial que Amina tuviese que salir del país, lo único que recibió al llegar fue indiferencia. Debido a que no pidió asilo explícitamente, fue abandonada por el sistema. Estaba completamente pérdida. Sofía llevó a Yasmín y a Amina al Centro Astalli, conocido como JRS en Italia, en donde las cuidaron e inmediatamente les ofrecieron ayuda legal.
Yasmín no es la única refugiada que ha emigrado a Italia a duras penas para tener que abandonar el país inmediatamente. El documento que le fue impuesto a ella y a muchos otros más, es conocido como «respingimento differito» que traduce algo así como: devolución diferida. Básicamente es una manera más de discriminar y crear diferencias arbitrarias entre aquellos que «merecen» y aquellos que «no merecen» protección.

Parece ser que al final, la decisión de deportar a los inmigrantes se basa en el formulario que estos rellenan al llegar, sin proporcionarles la información necesaria o brindarles ayuda con el mismo. Por lo tanto, las personas que necesitan protección y que seguramente la solicitarían (si supiesen cómo), son deportadas de inmediato.
En las últimas semanas he escuchado el mismo problema en lo que concierne a la ruta balcánica que toman la mayoría de los refugiados que se dirigen a Europa. Una ruta, que a diario se vuelve cada vez más intransitable. Ahora veo refugiados que viajan aquí, tomando la ruta del Mediterráneo Central y quienes generalmente terminan en Italia enfrentando también a la oposición.
La ruta del Mediterráneo Central es larga y peligrosa, especialmente para aquellos refugiados procedentes de África Subsahariana, quienes la toman con mayor frecuencia. A comienzos de marzo de este año, más de 9.000 habían llegado a Italia; 97 murieron en el intento. El 2015 fue el año más mortífero registrado de refugiados que cruzan el Mediterráneo. La gran mayoría de las muertes registradas (2.892) ocurrieron en esta ruta.
Yasmín y Amina sobrevivieron pero estaban totalmente traumatizadas por lo que vivieron en el desierto del Sahara y en Libia. Yasmín tardó un año y Amina año y medio en superar dicha experiencia. Los traficantes del Sáhara las mantuvieron cautivas para conseguir dinero. Los padres de Yasmín le habían dado todo lo que poseían para afrontar su viaje, pero los traficantes querían más. Los contrabandistas infligían castigos regulares a Amina debido a que no se les pagaba.
“Lloré las 24 horas del día, todos los días”, dijo.
Amina lloró también mientras hablaba conmigo. Era tal su llanto, que apenas podía pronunciar una sola palabra. Envolvía su cara en los pliegues de su bufanda diciendo algunas cosas de vez en cuando. De repente, mostró las cicatrices que cubrían su cuerpo: «esta es de las palizas, esa de las descargas eléctricas, y esta (una cicatriz entre su dedo pulgar y su dedo índice), fue con un cuchillo».
Mientras recordaba los horrores a los que fue sometida, Amina seguía diciendo: «No tengo ni madre, ni padre, estoy sola».
Abandonada, Amina encontró ayuda en los refugiados somalíes que pagaron a los contrabandistas por su viaje. Todos contribuyeron algo en su rescate. Pero el calvario de Amina continuó en Libia. Fue encarcelada dos veces. La segunda vez, después de que el barco en el que viajaba para llegar a Europa se hundiese. Cuarenta personas se ahogaron. Los supervivientes fueron devueltos a Libia, detenidos y golpeados brutalmente por atreverse a salir del país.
Yasmín fue golpeada también gravemente mientras intentaba escapar del lugar, en donde había sido retenida. Permaneció ocho meses encerrada. Fue liberada solo cuando la delegación de una organización internacional consiguió sacarla de allí después de descubrir que aquella niña estaba abandonada, sangrando y a punto de desmayarse.
Los detalles de la vida en el desierto y en Libia me son tremendamente familiares. He escuchado a los refugiados hablar de su agonía muchas veces; empezando por los contrabandistas del desierto que mantienen a los refugiados secuestrados y torturados para ganar tanto dinero como sea posible.
Esta desagradable práctica se repite en toda Libia, un lugar ilícito y estremecedor donde se señala a los refugiados indefensos para facilitar la extorsión y la explotación. Aquellos que no son arrestados o secuestrados por lo menos una vez, ciertamente tienen mucha suerte. No está claro quiénes los secuestran. Como dijo un refugiado,
«¿Cómo saberlo? Muchos libios llevan uniforme y portan un arma». Las bandas criminales que participan en el contrabando y el tráfico de personas, son seguramente culpables. Los grupos milicianos probablemente lo son también. Mientras tanto, el gobierno de Libia, reconocido internacionalmente a través de su departamento destinado a combatir la inmigración irregular, posee miles de «extranjeros indocumentados» retenidos indefinidamente en al menos 15 centros en todo el país, donde se enfrentan a la tortura y a otros tratos espantosos.
Imagine lograr salir de ese infierno para ser rechazado o ignorado en el destino al cual le costó tanto llegar. Para Yasmín y Amina, esto es la gota que colma el vaso. No las han puesto en ningún centro de recepción oficial donde puedan vivir con relativa comodidad, debido a que no han podido pedir asilo formalmente. Al menos, ahora han encontrado su lugar en un refugio perteneciente a una ONG. Sin embargo, este alojamiento de emergencia está lejos de ser el ideal.
Riccardo Campochiaro, el abogado de JRS en Catania, está presionando para presentar las solicitudes de asilo de ambas mujeres tan pronto como se pueda, pero indica que este proceso puede alargarse por lo menos dos meses debido a razones burocráticas. Explica que las autoridades han sido persuadidas para permitir el acatamiento de las solicitudes de asilo presentadas por personas a las que se les ha dado un documento de «devolución diferida».
Entretanto, Riccardo y otros abogados están apelando cada caso en los tribunales con insistencia. Afirma: «Le dijimos a las autoridades que apelaríamos cada caso de ‘devolución diferida’ aquí en Catania. Estamos apelando bajo el argumento de que no se les dio ninguna información a estas personas -sobre cómo solicitar asilo o incluso una explicación acerca de lo que es el asilo- cuando llegaron. La cuestión es la siguiente: viniste a pedir asilo ¿Por qué no lo haces? Debe haber alguien que le explique al individuo lo que es el asilo, y que le pregunte si desea o no pedirlo».
El compromiso por parte de Riccardo y sus colegas para con los refugiados es admirable. Pero el proceso es largo, lo que hace que muchos refugiados se cansen de esperar y desaparezcan silenciosamente para así continuar su viaje a Europa sin reconocimiento o apoyo alguno.
Yasmín y Amina están esperando pacientemente. Ambas siguen diciendo lo mismo en esencia: quieren un documento que les brinde protección, no que les haga retroceder. «Quiero hacer lo necesario para quedarme aquí», dice Amina. «Quiero una tarjeta de residencia, quiero trabajar y así poder ayudar a mis hermanos y hermanas en Somalia. Ellos no tienen a nadie. No tenemos ni madre, ni padre».
Con suerte, las dos chicas obtendrán finalmente la protección por la que tanto han luchado y que necesitan con tanta urgencia. Así mismo, poco a poco podrán reconstruir sus vidas destruidas. Dios sabe que merecen toda la ayuda que se les pueda dar, en lugar de la miserable bienvenida que recibieron.